No estamos hablando de pena, sino de valor para comprender, aceptar y abrazar el sufrimiento ajeno y el nuestro propio.

El concepto compasión tiene una  primera impresión “negativa”. La compasión se encuentra erróneamente asociada con sentir pena o lástima por lo demás. Y esta concepción hace que al utilizar esta palabra durante las sesiones provoque reacciones en los pacientes del tipo “no quiero que sientan pena por mi” o “si algo odio es dar lastima”. Por ello, he decidido redactar este post. Para poder acercar este concepto y ayudar a quitar el envoltorio que tan poco honor le hace.

 En el campo de la psicología la compasión se define como un comportamiento dirigido a eliminar el sufrimiento y a producir bienestar en la persona que sufre. A diferencia de en la pena, que sentimos que nada se puede hacer, con la compasión se despierta un interés genuino por ayudar a la persona(o ayudarnos) a gestionar o paliar el sufrimiento. 

La terapia centrada en la compasión (inspirada en el budismo) define la compasión como un sentimiento que surge de presenciar y ser tocado por el sufrimiento del otro y que conlleva una motivación para ayudarlo y prevenir sus causas. Esta terapia fuera creada para ayudar a personas con grados elevados de vergüenza y autocrítica.

La compasión no es una facultad o una habilidad para únicamente expresable hacia los demás, sino que es una facultad que podemos trabajar en la expresión hacia nosotros mismos.

Te muestro tres componentes necesarios para trabajar la compasión:

 

Comprensión, aceptación y perdón

La comprensión es un componente muy importante para adquirir una actitud más compasiva. Es el camino para cambiar las emociones y actitudes hacia ti mismo y hacia el mundo ya que cuando aumentamos el conocimiento sobre nosotros mismos y nuestras vivencias tenemos más oportunidades de observarnos y observar a los demás de forma distinta.

La aceptación es quizá el aspecto más difícil de la compasión ya que requiere un reconocimiento de los hechos eliminando todos los juicios de valor alrededor de estos hechos. Se trata de no aprobar ni desaprobar lo que siente o lo que pasa, sino de aceptar el hecho. Sin juicios, sin peros, sin deberías. Cuando aceptamos los hechos dejamos de utilizarlos para machacarnos, o mortificarnos.

En el extremo opuesto a la compasión estaría la crítica voraz, los sentimientos de culpa e inutilidad. El “machaque mental” hace que las debilidades permanezcan no reconocidas en un intento inconsciente de evitar el sufrimiento. Las personas se autoflagelan por sus comportamientos o por los comportamientos de los demás, pero no consiguen escuchar una voz que les perita comprender y aceptar el sufrimiento. La compasión es la kriptonita de la crítica patológica. Se ha observado como cuando la compasión se abre paso, nuestro enjuiciamiento de la realidad no lo puede soportar. Se queda sin poder.  Por ello la compasión es una de las armas más potentes que uno tiene para mantener la distancia con la crítica voraz.

 Por último, el perdón que se deriva consecuentemente de una nueva comprensión de nuestras vivencias y del mundo, sin críticas, sin juicios, y con aceptación plena de que el sufrimiento es parte de nosotros y del mundo. Si comprendo mis vivencias y las acepto, la capacidad de perdonarme y perdonar, aumenta exponencialmente. El habla interior autocompasiva actúa como un decapante eliminando el daño y el rechazo que pueden haber cubierto durante años la aceptación de uno mismo y de los demás. Con el perdón, la crítica, la vergüenza o la inferioridad no tienen cabida.

Y ahora sé que estáis pensando, muy bien Teresa y ¿ahora qué? ¿Cómo practico la comprensión, aceptación y habla compasiva conmigo mismo y con los demás?

Puedes comenzar practicando la comprensión para ir silenciando tu voz crítica. Ante el comportamiento de otra persona o algún acto personal que esté provocando pensamientos negativos, como culpa, vergüenza o ira, prueba a parar y enfrentarte a responder estas tres preguntas.

¿Qué necesidad creo que está detrás del comportamiento que he o ha realizado?

¿Qué creencias o pensamientos influyeron en ese comportamiento?

Han influido en mi/él /ella algún tipo de dolor, sentimientos o experiencia que me ayude a comprender lo sucedido?

Con este tipo de reflexiones se facilita  un espacio mental que permite reconocer el contexto humano más amplio de la propia experiencia y poner el sufrimiento en perspectiva.